Alfred Gerald Caplin nació en New Haven, Connecticut, el 28 de septiembre de 1909. Hijo de padres europeos tuvo la infancia que en aquella época correspondía a un hijo de judíos hasta que a los nueve años fue atropellado por un tranvía y perdió una pierna. La pérdida le llevó a abandonar las actividades propias de alguien de su edad y comenzó a leer e interesarse por el arte, que estudió en un par de escuelas.
Su capacidad para el dibujo de cómics resultó patente desde muy pronta edad, lo que le llevó a trabajar como cartoonist para la Associated Press. En sus comienzos, Caplin se limitó a ser un dibujante más de series muy vendidas, pero sin un reconocimiento para su arte, sólo era un eslabón en la cadena de producción de cómics que funcionaba a toda prisa en aquella época, aunque ese trabajo le permitió conseguir la suficiente experiencia para que, en 1934, comenzara a dibujar la serie que le otorgaría fama y riqueza, Li’l Abner, que firmaría como Al Capp.
Esta nueva serie de cómics, sindicada por United Feature, comenzó a publicarse solamente en ocho periódicos en todo el país, pero había en ella algo que conectaba con el público, tanto que a finales de los años treinta superaba en ventas a las grandes series de la época y su creador comenzaba a alcanzar fama nacional.
La serie recurría para su argumento a un tópico mil veces utilizado en el cómic y el cine norteamericanos, la gran diferencia existente entre los ambientes más rústicos y las grandes ciudades. Las historias de paletos que vestían casi en pijama y disparaban a lo primero que se movía sosteniendo una garrafa llena de alcohol en la otra mano causaban gran interés entre el público de un país que comenzaba a crecer y a desprenderse de la imagen de pobreza e incultura que transmitían aquellas historias.
Capp comenzó explotando el tema eterno del chico paleto que visita la gran ciudad pues le daba suficiente juego como para crear situaciones cómicas constantemente. Li’l Abner (El pequeño Abner) era un muchacho robusto, bonachón y con poca cultura, que habitaba la ciudad imaginaria de Dogpatch y que, acompañado de su eterna partenaire femenina Daisy Mae, vivía aventuras en la ciudad en las que quedaba patente su diferencia cultural con los urbanitas.
Pero en Dogpatch no sólo habitaban Abner y Mae, sino que les acompañaban una serie de personajes vecinos y familiares con tanto potencial cómico como los dos protagonistas, lo que dio lugar a que en 1935 comenzara a publicarse una plancha dominical en la que Capp se centraría en contar las desventuras de los habitantes de Dogpatch en su localidad. A partir de ese momento la popularidad de la serie creció, todo el mundo parecía estar interesado en saber qué ocurría en aquel villorrio, pues las historias que allí acontecían entroncaban con muchos géneros literarios y cinematográficos de los que hacía una mofa ingeniosa y aguda.
Los norteamericanos compraban religiosamente las aventuras de la familia Yokum y la fama y los ingresos de Capp aumentaban proporcionalmente, todo el mundo seguía las aventuras y las trasladaba de algún modo a su vida cotidiana. Sirva como ejemplo que, a finales de los años treinta, en la serie apareció el Día de Sadie Hawkins, una fiesta en la que las solteronas de Dogpatch se dedicaban a perseguir mozos casaderos con fines matrimoniales, poco tiempo después la fiesta saltó de las viñetas a la vida real y Estados Unidos ganó una nueva festividad no incluida en el calendario oficial.
Las aventuras de Abner oscilaban entre las historietas de relleno y algunas series memorables que eran seguidas con devoción por los norteamericanos, entre ellas destaca de forma especial la aventura de los Shmoo.
LA HISTORIA DE LOS SHMOO
Cuenta esta la historia de cómo Abner y Mae encontraron en un bosque a los Shmoo, unos seres de forma ahuesada (que los más reaccionarios confundieron con órganos sexuales), estos seres pequeños y blancos tenían varias características peculiares: eran adorables, se reproducían constantemente con una facilidad impresionante, producían leche y eran comestibles, su piel tenía infinidad de usos textiles, sus ojos podían ser botones, producían todo tipo de alimentos y, lo mejor de todo, los Shmoomorían de felicidad sólo de pensar en que alguien quisiera comérselos o servirse de ellos, con lo que no era preciso matarlos.
Estas características los convertían en la gran panacea, en una forma de acabar con el hambre para siempre y por lo tanto en una forma de eliminar el dinero.
Pero sucedió que no a todo el mundo le parecía tan buena idea la aparición de estos seres, pues a los empresarios de la gran ciudad se les acababa el chollo, lo que les llevaba a tirarse por las ventanas de sus oficinas (como ocurriera en la gran depresión). Reunidos los más importantes empresarios para acabar con lo que ellos llamaban la crisis Shmoo, deciden aprovecharse de la situación, comercializarlos y servirse de ellos en todos los campos de la industria y la economía, con lo que la cuestión quedaba resuelta y pasaba de ser un problema a un gran negocio, pero uno de ellos llamado Roaringham Fatback, que odia todo lo que es nuevo, se convence de que son antiamericanos y eso le hace dirigirse al bosque de los Shmoo acompañado de un grupo ultraderechista que se encarga de eliminarlos. Afortunadamente la última pareja es salvada por Abner que los esconde a tiempo.
EL EFECTO
Esta historia publicada a lo largo del año 1948 sacudió a los americanos que después de encariñarse con los Shmoo vieron como eran tachados de antiamericanos y masacrados. Las similitudes con lo que ocurría por aquel entonces en el país era tan grande que no escapaba el mensaje a nadie.
La fama de los pequeños personajes blancos, fue tan grande que se creó una breve industria alrededor dando lugar a todo tipo de mercadotecnia basada en ellos, que llegó a producir veinticinco millones de dólares en beneficios. Al comienzo de la aventura de los Shmoo eran cuarenta millones de norteamericanos los que seguían a Li’l Abner, al final de la aventura el número se había duplicado.
Al Capp consiguió éxito y riqueza gracias a Li’l Abner y sus paisanos pero también se ganó odios de algunos sectores.
El New York State Comitee publicó un informe sobre la pornografía y la obscenidad en la historieta. Casi todo el libro estaba ocupado por reproducciones de las viñetas de Li’l Abner en las que se veían personajes en insólitas posturas sexuales, sexo entre hombres, órganos sexuales, escenas zoofílicas y otras situaciones a cual más extraña. Las editoriales rivales se frotaron las manos y pronto se extendió la idea de que Capp se había dedicado a introducir imágenes subliminales en sus cómics. Al Capp demostró que el informe, escrito por una asociación inexistente, era falso y presentó las tiras originales en las que nada había de obsceno. Todo resultó ser obra de un dibujante perturbado que había recortado y pegado viñetas que nada tenían de erótico, aunque el daño fue grande y en la memoria de muchos sólo perduró la acusación.
La serie dio lugar a películas, musicales, obras de teatro y otras interpretaciones, incluso llegó a ser dibujada en sus planchas dominicales por Frank Frazetta.
Al Capp dejó de publicar Li’l Abner en 1977, cuando había perdido el favor del público, pero durante todo el tiempo en que se publicó dio a los norteamericanos motivos para reír y para pensar a la vez. Murió dos años después y fueron varios los que intentaron crear series similares a la suya, pero sólo Al Capp era capaz de crear algo así.
Bibliografía:
- Enciclopedia de los cómics. Editorial Toutain. 1983. VV.AA.
- Li’l Abner. Ediciones Eseuve S.A. 1981
- Al Capp’s Li’l Abner: The Frazzetta Sundays. Editorial Dark Horse. 2003